9 ago 2011

De efervescencias y recuerdos

Un grito de gol que hace vibrar cada una de las cuerdas vocales, una melodía de arrabal que musicaliza con añoranza y la figura de Juan Domingo Perón que representa las ideas por las que siempre luchó, esas tres pasiones tan de los pagos del sur son las que al secretario general del Círculo de Legisladores de la Nación, el ex diputado justicialista por Rio Negro (MC), Héctor Ganem, le encienden los recuerdos de sus 86 años de vida.  

Oriundo del pequeño pueblo rionegrino de Comallo, comenzó su carrera futbolística a finales de la década del 40 en el club Nahuel Huapí y fue el wing izquierdo titular de la selección de Bariloche, donde llamó la atención de Independiente. “Me ofrecieron venir a jugar. No lo podía creer. Toda mi familia y yo éramos hinchas. Me mandaron a Buenos Aires con los pocos ahorros que teníamos y vine, paraba en un hotel en Maipú y Paraguay. Tres meses después me dijeron que me iban a dar una oportunidad a mitad de año, pero no tenía plata y no me hablaron de ninguna contratación. Me tuve que volver”, evoca con un dejo de tristeza en su tono.  

Como si pudiera ver proyectadas las imágenes de cuando se enamoró del balón, recuerda, con la mirada clavada en el piso, sus días como jugador. “Era netamente zurdo, rápido y con una buena pegada, parecida a la de Masantonio o Bernabé Ferreyra. Pateaba fuerte, me elogiaban mucho. En Bariloche le llegué a meter un gol de mitad de cancha al seleccionado chileno”, rememora Héctor.  

 Melancólico, revuelve en su memoria su paso como amateur y orgulloso, exclama: “Yo jugué con Ernesto Grillo. Compartimos algunos partidos en la reserva, cuando él comenzaba a surgir”.  

- ¿Qué fue lo más espectacular que le viste hacer?  
- Me acuerdo la fecha exacta, el 14 de mayo de 1953, en el Monumental. Yo estaba a diez metros del General Perón. Argentina iba perdiendo 1 a 0 contra Inglaterra y Grillo agarró la pelota, yo pensé que había tirado centro pero a pocos centímetros del arco hizo una comba impresionante y se metió. Ese partido lo ganamos 3-1. Espectacular. Junto con el segundo de Maradona a los ingleses en 1986, el mejor gol que vi en mi vida.  

Tapa de El Gráfico conmemorando el gol de Ernesto Grillo

La energía de la emoción que le trae recordar aquel tanto épico lo impulsa de la silla. Parecía fragil y ajado en un principio, ahora se respinga y se sacude por todo su escritorio haciendo muestras de cómo fue aquel gol inolvidable. Las imágenes de todas sus fotos contemplan como la mejor hinchada, cada mímica que hace. Tiene 86 años pero parece un niño, o al menos eso denota el brillo de sus ojos.  

Arsenio Erico
- ¿En Independiente, Erico fue el más extraordinario también o Bochini se acerca a ese calificación?  
- Son dos de los sensacionales que pasaron por el club. Lo que tenía Bochini es que era estratega, su espectacularidad pasaba por el panorama y los pases que metía, le imprmía velocidad al equipo y hacía circular la pelota. Erico era malabarista, un acróbata del fútbol, hacía lo que quería con su cuerpo y anotaba casi desde cualquier lugar.  

Ricardo Bochini
Entra en el dulce camino de la remembranza y tras pasar por varios nombres propios y otras tantas demostraciones teatralizadas, se vuelve a sentar. “Vi grandes jugadores, ahora, la mejor delantera, el equipo más superior, fue el de la Máquina de River. Todavía los recuerdo... Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Losteau”, expone con gran solemnidad.  “Yo conocí a Fioravanti y él mismo me dijo que se confundía los nombres cuando relataba. En ese momento no llevaban números ni apellidos en las camisetas y ellos se movían de una forma tan veloz que era imposible reconocerlos por la rapidez con la que cambiaban de puestos. Se le mezclaban los nombres de Muñoz, Moreno, Pedernera y Labruna, a Losteau lo podía reconocer porque era más flaquito. Jamás vi a un equipo jugar así, que rotara tanto y que los jugadores supieran adonde tenían que ir. Era algo titánico”.  

Su carrera política le dio la posibilidad de conocer a aquellos deportistas que admiraba. Hasta compartió tardes (y noches) con una banda muy particular, Boyé, Pontoni, Moreno, Pedernera y Labruna. 

“Nos juntábamos en el Bar Suárez de Maipú y Lavalle. Labruna se tomaba un café y a las doce se iba. Después, con Moreno y Pedernera salíamos a bailar al Marabú. ¡El Charro tenía una pinta! Traje negro, corbata de moño, era el famoso guapo y bailaba bien el tango. Imaginate las muchachas...”.  
Futbolistas con tango. Entre ellos, Moreno, Labruna, Loustau y Di Stéfano.

El bandoneón es la musicalización perfecta para esas gambetas que jamás olvidará. Sí el fútbol lo emociona, el tango lo estremece. Junto con Rinaldo Martino, delantero de San Lorenzo en la década del 40, fue un asiduo espectador de los cantores que pasaron por la tanguería “Caño 14”. Casi se le pianta un lagrimón al recordar el momento en el que Hugo Del Carril lo invitó a que lo acompañara en las estrofas de “Mi Buenos Aires Querido”.  

Su corazón late con el fútbol y baila con los sonidos arrabaleros pero es con la política que palpita.  

- Como político y amante del deporte, ¿qué hizo para propulsarlo?  
- En mi pueblo, de sólo cuatro mil habitantes, fundé el Club Social y Deportivo Independiente de Comallo, en 1948. El espacio que le da a los jóvenes para practicar diferentes actividades, estar entre amigos, lejos de la calle y en un ambiente sano es importantísimo. Me gusta usar mi trabajo para ayudar a la gente y hace tiempo que le envío al club, para que le haga llegar a todos ropa, libros, alimentos y cuando me piden, dinero.  

Toda su vida militó para el Partido Justicialista. La semblanza de Perón y el vívido recuerdo de sus presidencias son lo que lo motivan para seguir, a sus más de 80 años, en la caótica vida política.  

“Mi mejor recuerdo con el General fue el día que asumió su tercera presidencia. Siempre se eligen cinco legisladores y cinco diputados para saludar al presidente una vez que asume el mandato. Tuve la gracia de ser el primero de la fila”, dice mientras se vuelve a parar energético, como cuando imitaba los goles. “Me agarró del hombro, me dio un beso y me dijo: 'Usted es de los pagos de Antonito, mándele mis saludos diputado Ganem'”, relata con la voz gruesa emulando la de Juan Domingo. “Antonio, su sobrino, había puesto una carnicería en Bariloche, pero... ¡se acordaba de donde era! ¡Había estado más de veinte años exiliado en Madrid y se acordaba de que yo era de Río Negro!”. El lagrimón no lo puede contener esta vez. Tímida y mínima, una gota traslúcida rozó apenas la parte superior de su mejilla.  

Su escritorio es la síntesis de la perfecta combinación de pasiones que aceleran sus emociones. Un cuadro con una foto de Perón firmada y otro con una de Evita dedicada a su hermana, un banderín de Independiente, otro de su club de Comallo, una imagen con Bochini debajo del vidrio de su mesa y un retrato en blanco y negro de Gardel. Sus libros, papeles y las fotos de sus dos hijos y su mujer custodian ese espacio sagrado para él, donde trabaja por las causas injustas que quiere cambiar con la política, con el recuerdo del gol Grillo a los ingleses y las melodías cantadas con Del Carril como banda de sonido. 

“En fútbol, pólitica y tango podrán empatarme, pero ganarme, jamás”, sentencia el hombre de las pasiones. 

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