30 sept 2011

Late con pasión Puma

Albacete y Agulla enfrentando a Rumania

A metros del in-goal. El santiagueño Juan Manuel Leguizamón no quita su mirada feroz del objetivo. Van nueve minutos del partido. La ovalada, bien apretada entre su cuerpo y su brazo. No permite que un rumano le corte su camino. Lo pechea y apoya la pelota sobre el césped del Rugby Park Stadium. Aquel topetazo deja gritos de sorpresa en todo Invercargill y en la casa de los Finkelstein se festeja al igual que los cinco puntos. 

Casi pálido de piel, con mechas amarillas que encuadran su rostro, de estatura mediana y contextura morruda, Mariano Finkesltein es un rubio que bien podría pasar por europeo, aunque su pasión por la selección de rugby lo desmiente rapidamente. Tiene 22 años, estudia Periodismo en la Universidad del Salvador y juega en el primer equipo del Club Ciudad de Buenos Aires Admite que en cada cita de Los Pumas en la madrugada argentina, sus niveles de nerviosismo llegan a límites que ni él conocía. “Por eso me gusta estar con gente que entienda de rugby y su reglamento cuando los veo. Me junto con mi viejo o con mis amigos del club”, confiesa.

Comenzó a jugar en 1997, cuando tenía siete años, en Sociedad Hebraica, donde su papá era coordinador general. Tres años más tarde, se calzó por primera vez la camiseta que defiende hasta hoy, la del Club Ciudad de Buenos Aires, donde había jugado su papá. Para él, el rugby es un equilibrio personal que le sirve para descargar. “Me divierto, la paso bien. Tiene cosas muy importantes”.

Aunque a veces alterna como medio scrum y puede desempeñarse como fullback, su puesto original es el de apertura. Hace doce años que juega con la celeste en ese puesto, con la cinta de capitán en el brazo. Tiene como referentes a Felipe Contepomi y a Juan Martín Hernández. “Es muy interesante ver jugar a Contepomi. Es una lástima que Hernández no esté. Yo los veo mucho para imitar lo que hacen. Otro al que me gusta ver es Marcelo Bosch, va a ser una sorpresa en el Mundial, es muy habilidoso”, augura el rubio.

El partido contra Rumania dejó la victoria nacional por 43 a 8. “En el prode había puesto que ganábamos por 45 a 10. Le pifié por poco”, se lamenta, risueño, Mariano. Le tiene mucha fe al seleccionado y su análisis es muy optimista: “Creo que pasamos a cuartos y seguramente enfrentemos a Nueva Zelanda. Va a ser difícil, pero si les ganamos, somos campeones”.

Se juega en Nueva Zelanda, pero la pasión por el rugby viaja transoceánicamente. Se siente en cada hogar aficionado a la ovalada. Argentina también late con el fanatismo Puma.


La generación que viene haciendo ruido detrás


La consagración de un proyecto. Eso fue la victoria de la selección argentina de básquetbol por 80 a 75 sobre su eterno rival sudamericano, Brasil, en el Preolímpico clasificatorio para Londres 2012. Volvieron a festejar en este certamen como lo hicieron en Neuquén en el 2001. La localía les sienta bien. Es que no sólo los impulsa el aliento en los estadios; cada ciudad que late con el básquet se revolucionó y ellos sí que saben hacer ruido... 

“Me junté a ver todos los partidos con los chicos del equipo, gritábamos tan fuerte que los vecinos venían a quejarse, je”, revela Nicolás Cabana, alero de River. 

Relata que se le aceleró el corazón y que rompió sus cuerdas vocales en la semifinal contra Puerto Rico, aquella que entregó la clasificación con la respiración retenida hasta el final y que contra Brasil no podía dejar de mover su pierna por los nervios. Tímido, confiesa que cuando vio la consagración se le llenaron los ojos de lágrimas. 


“Este campeonato fue uno de los que más disfruté”, confiesa el jugador de 22 años. Sostiene que pudo ver durante todo el torneo la misma pasión y el idéntico disfrute por el juego en equipo que había presenciado en los entrenamientos en el gimnasio de la UADE, en Buenos Aires, previos al inicio del torneo Preolímpico en Mar del Plata. “Fue la única vez que me gustó estar en la facultad”, chicanea Nico, estudiante de segundo año de Administración de Empresas en esa Universidad. 

Nico rememora emocionado: “Yo, que los vi entrenarse, te lo puedo decir, lo confirmé. Esos tipos son unos animales”. Mientras habla con las manos guardadas en los bolsillos de su pantalón, no puede dejar de mover sus piernas. Se balancea de un lado a otro al igual que su mirada, que pareciera viajar con él en cada rememoración. 

Comenzó a jugar a los doce años en San Fernando, arrastrado por el comentario de todas las señoras del barrio que profesaban: “Con tu altura, deberías jugar al básquet”. Pasó por Harrod's y hace dos años viste la camiseta de la banda. 

Como la Generación Dorada, hace diez años que pica la pelota naranja. Una camada nueva inspirada por la gloria de una década inninterrumpida de logros deportivos que tiene como estandarte la entrega, el sacrificio y amor por el juego. Lo soñó León Najnudel, inspiró a los olímpicos y ahora ellos hacen soñar a otros cuantos locos por el aro.